1/11/13

periódicos, hoteles, baños

es de sobra conocido que los hoteles suelen tener por todas partes (en la recepción, en el bar, en repisas en algún pasillo) periódicos de ideología variada. Estuve ayer en una típica presentación corporativa de esas que se hacen alquilando una salita en un hotel y ocurrió algo curioso. Uno de los compañeros que iban a dar una charla se me acercó sobre las nueve y media de la mañana y me dijo que estaba alucinando, que había ido al baño y sobre la mismísima tapa de la taza del WC había tres periódicos. Un poco exagerado, la verdad. Nos reímos. Sin más. Ahí quedó la cosa.

Fue unas dos horas más tarde, justo antes de la pausa del café y los bocadillos, cuando se me acercó otro de los compañeros. Uno ya más que sesentón, ya jubilado, y mientras charlábamos le vino algo de pronto a la cabeza y dijo yéndose apresuradamente:

— Ostia, voy al baño que me he dejado ahí los periódicos.

15/10/13

dai Vernon cups and balls

(nota para mi)

ando ensayando la rutina de cubiletes de Dai Vernon, relativamente sencilla, corta, y directa para lo que pueden llegar a complicarse los cubiletes.

Observo con curiosidad (no me lo esperaba) que la mayor dificultad que estoy encontrando es saber qué diantre de efecto mágico estoy produciendo en cada momento. A ver si logro explicarme. Como aún no la tengo para nada dominada tengo que estar pensando en toda la parte trasera (técnica) del juego, lo que Gabi llama la vida interna, y no me queda ni media neurona para la presentación, para la vida externa, con lo que a ratos me encuentro robando algo de aquí o cargándo algo allá sin tener nada claro por qué y sin saber qué decir en la charla porque ya ni recuerdo qué bola desapareció de dónde en el paso inmediatamente anterior.

Quiero suponer que si la ensayo unas 100 o 200 veces más esto se solucionará solo.

9/10/13

indignación

vengo a dejar constancia de que ayer mi hija se aburría, y como se aburría decidió llamar a mi hermana. Tiene una agenda que le regalaron cuando cumplió los siete que ahora cuenta, y ahí se apuntó unos cuantos números, y marcó el de mi hermana para desaburrirse un poco. Yo estaba saliendo de la habitación con los ojos pegadísimos en el preciso instante en que en el comedor se oía por el manos libres del teléfono una voz femenina que decía que «Movistar le informa de que actualmente no existe ninguna línea con esa numeración», y entonces la indignación de F. me ha llegado al alma cuando, bastante irritada, ha gritado dirigiéndose al teléfono:

— ¡MENTIROSA!

(y después ha repetido con exactitud la operación con idéntico resultado y ha sido todo muy enternecedor)

14/3/13

el síndrome McEnroe



lo bautizamos después de que Toni nos contara que una noche se fumó un porro y cuando estaba arriba, allá en lo alto, se plantó frente a la tele y la encendió. Daban un documental sobre John McEnroe, un tenista ciertamente digno de admiración tanto por sus cualidades tenísticas como por los cabreos monumentales que agarraba cuando creía que el árbitro le escatimaba algún punto.

El caso es que allí estaba Toni, con el cerebro bien abierto por la marihuana, blandito blandito, alucinado con las gestas divinas de John, deslumbrado por su estilo de juego, por la final de Wimbledon del 80, por sus duelos titánicos con Lendl y Bjorg y tantos otros, por su you cannot be serious («- Muy apurado, señor McEnroe. - ¿Bromea o qué? La bola entró. - Su afeitado, señor McEnroe, muy apurado.»), por su inexistente perfil griego, incluso.

McEnroe es digno de elogio, claro que lo es, pero digamos que si en estado normal el documental habría situado a Toni en un nivel de admiración por McEnroe cuantificable en unos seis puntos sobre diez, con la ayuda del THC el nivel subía contundentemente por encima del nueve, raspando el diez, amenazando con romper el admirómetro, algo impensable en alguien a quien el tenis prácticamente no interesa.

Ese es el Síndrome McEnroe. Te fumas un leño, ves una película, o escuchas un disco, o ves un documental, y ¡kaboom!, sientes que estás presenciando algo excelso, te sorprendes de no haberte dado cuenta antes de la enormidad de ese personaje o esa manifestación artística: «¿Cómo he podido estar tan ciego? ¿Cómo no se me ocurrió antes profundizar en el estudio del cultivo de la papaya?», quisieras gritar al mundo por estar tan ciego como tú ante semejante descubrimiento. Antes directamente no podías, como máximo llamabas a algún amigo a las tres de la mañana para contárselo y te colgaba el teléfono. Ahora lo más parecido que hay es ponerlo en twitter o en facebook. En ocasiones incluso encuentras a algún despistado que te da bola con el tema.

Al día siguiente, por suerte, todo se difumina. Es parecido a aquello que contaba Raúl, que es otro síndrome (aún por bautizar): te fumas un porro y estás hablando con un amigo, el nivel de profundidad de la conversación crece (crees) hasta hacerse escandalosamente complejo, de pronto una idea se forma en tu cabeza, es la idea que ordena el mundo, la vida, un concepto que arroja nueva luz sobre TODAS LAS COSAS. Justo en ese momento, mientras contemplas tu idea con una mezcla de gozo y admiración, tratando de comprenderla y extraerle el jugo, tu amigo señala algo que se mueve al fondo de la calle y dice:

- Mira, un perro.

Giras la cabeza para mirar al perro y al instante la idea se funde como una bombilla, ¡pluf!, y ya jamás logras recuperarla, ni siquiera reconstruirla a medias. PLUF. Tratas de volver a ella con el mismo éxito con el que uno intenta recordar los detalles de un sueño ya olvidado. PLUF. Nada. Vaguedades.