20/6/10

hagan juego señores

estaba en Inglaterra viendo el España - Suiza en el bar de un hotel. No había nadie más y yo, pinta en mano, miraba con curiosidad si aquello se iba a remontar o no. No me había dado cuenta de que había alguien a mi espalda hasta que, después de no materializar España una buena ocasión de gol, alguien empezó a despotricar con muy mala leche y en voz muy alta. Será un burgalés o algo así, pensé, pero el acento profúndamente británico del elemento en cuestión me hizo descartar esa posibilidad. Crucé cuatro frases con él hasta que me resolvió el enigma de su enfado por el mal juego de España. El inglés de Burgos había apostado no sé cuantas libras a que ganaban los del sur de los Pirineos, eso que llaman una apuesta segura, y en el minuto 20 de la segunda parte el tipo estaba tan nervioso que tuve que irme a otro bar porque no había quien lo aguantara.

Definitivamente no está siendo un Mundial fácil para los parroquianos de las casas de apuestas: Francia con un pie fuera. Italia empatando sus dos partidos, uno contra Paraguay y otro contra Nueva Zelanda. Inglaterra que no da pie con bola ni contra EEUU ni contra Argelia. Alemania tropezando con Serbia. Y por supuesto España perdiendo contra Suiza.

Menos mal que nos quedan los sudamericanos para darle un punto de normalidad a esta locura. Aún así esto va camino de ser el Mundial más raro de la historia. Tan raro lo veo que ni siquiera es descartable que lo gane España.

16/6/10

i + d

Mi resaca ha aprendido a despertarme una hora antes para que me ibuprofene y vuelva a la cama un rato. Esto constituye un claro avance en la evolución del ser humano del mismo modo que el nacimiento del verbo ibuprofenar lo es en la evolución del lenguaje.

15/6/10

paraguayos pasados por agua

hay dos deportes. Está el fútbol normal, el de los martes y miércoles, jueves y sábados, lunes y vísperas de casi todo el año, y está el fútbol de los mundiales. Nada que ver. Son la noche y el día, el ying y el yang, la nieve, el confetti, un hamster y el Yeti.

Me gusta ver un partido de liga de vez en cuando, pero a nivel emocional un Barça-Madrid me deja frío comparado con cualquier partido del Mundial, así, con mayúscula y rima. Un Italia-Paraguay, por ejemplo, que inesperadamente me ha tenido atado a la silla de un pub como si me fuera algo en ello. Apenas entiendo de fútbol pero juraría que Paraguay no se ha distinguido nunca por ser una gran potencia futbolística. El remate ha llegado cuando al ir a tomarme la última pinta después del partido he estado mirando una estantería de libros de esos de coja uno y lléveselo y ha llegado a mis manos Blessed, la autobiografía de George Best.

Lo de Paraguay hoy ha sido grande y aunque estoy muy lejos de allí sé que ahora en Paraguay hay una gran fiesta. No sólo han jugado bien, toreando con frecuencia a los italianos con esos tiqui-tacas en el centro del campo y llegando muy a menudo a la portería contraria, es que Italia no ha perdido de milagro, que es lo que debería haber hecho si hubiera justicia en la Tierra. Si sólo hay que mirarlos. ¡La cara de majos que tienen los paraguayos por Dios! Y por si lo que había fuera poco, al comienzo del segundo tiempo Italia hace un cambio y saca al tipo ese con coleta, que digo yo que tendrá nombre pero me da igual, malcarado a más no poder, e inclina la balanza de la expresión bondadosa en favor de Paraguay y carga aún más a Italia de sus habituales ínfulas.

Los cambios de Paraguay, por el contrario, no pueden ser más sonoros: Torres por Santana, Valdez por Santa Cruz y Barrios por Cardozo... Que alguien vaya a buscar urgentemente una guitarra.

Además, no lo olvidemos, la mitad o más de los jugadores italianos votaron a Berlusconi, dos o tres a la Liga Norte, y ahí se planta un Paraguay compuesto mayormente por personas de sonrisa franca cuyas madres votaron a Fernando Lugo en las últimas elecciones, que parece que es obispo pero de familia no creyente y está en tratos con la Internacional Socialista. En definitiva, que se le perdona el cargo.

Que Paraguay mereció ganar se da por descontado, y no precisamente por mi argumentario traído por los pelos. En un mundo justo, ya lo dije antes, así habría sido. Además, ¿partidos de 90 minutos? Para la mayoría de países seguramente es razonable, pero nadie jamás debería obligar a un paraguayo a jugar un partido tan largo. Un equipo de paraguayos en todo caso debería jugar una primera parte de 45 minutos y una segunda de diez o quince, y esto último sólo en el supuesto de que les apeteciera volver a salir.