27/8/09

catálogo de afirmaciones discutibles

(o Diario de un maricón)
(o Añoranza de la adolescencia tardía)

Lo cursi sólo puede dejar de serlo si lo es lo suficiente, es decir de un modo absoluto.

24/8/09

je bois

Un pequeño aviso: Si no tienes tiempo, ganas, o simplemente no puedes ver los vídeos (el primero y el último al menos) por motivos técnicos, laborales, o de cualquier otra índole, no vale la pena que sigas leyendo. Empezamos.

Sólo Aki Kaurismäki podía descubrirme al increíble Matti Pellonpää (a la derecha en el cartel), y juntarlo entre otros con Jean-Pierre Leaud y Samuel Fuller para hacer La vie de boheme, una película tan bien rodada en 1992 que parece de los setenta.

Creo que fue el año pasado cuando Andy Chango versionó con bastante acierto algunas canciones de Boris Vian (novelista, dramaturgo, poeta, ingeniero, traductor y músico de jazz entre otras cosas). Me alegro de que así fuera y de haber visto La vie de boheme después de oír el disco de Chango. De no ser así no habría reconocido la versión original de Je bois que sale en la película, que es ésta, y que adopto desde ya como himno de este blog:



Buscarla me lleva por esos azares de internet a esta otra del Quartetto Vian:



Para terminar aterrizando en la de este adorable señor, cuyo arranque de saxo a partir del minuto tres vale un imperio:



Y como ya es muy tarde cerramos con la nada despreciable versión en castellano de Andy Chango —recomendada en especial a aquellos que tengáis el francés algo oxidado—, que empieza diciendo «Beber, simplemente beber, para olvidar los amantes de mi mujer» y que acaba... y que acaba muy bien.

10/8/09

el posmodernismo maximalista no es lo mío

Hace unos días le regalé un libro al Ciclotímico. Como sabía que era largo y difícil me lo llevé a Alemania el año pasado como única lectura, pensando inocentemente que al ser única no me quedaría más remedio que terminarlo. Me equivoqué. Algo más allá de la página doscientos lo dejé rabioso en una estantería y no volví a tocarlo. Mientras leía me sentía como un ratón al que un enorme gato llamado Pynchon torturaba cruelmente.

Cuando hacía la maleta para regresar de Alemania lo olvidé de forma intencionada y vengativa sobre aquella misma estantería. Durante un par de meses el polvo estuvo depositándose sobre su gordo y gatuno lomo hasta que mi suegra lo metió en una caja y me lo envió junto con una amabilísima nota que decía: «Querido: Te dejaste este libro en tu última visita. Espero que no lo hayas echado demasiado de menos...».

Volví a leer el texto de la contraportada, el que me hizo interesarme por esta locura, dice:

«Tyrone Slothrop, un militar norteamericano que trabaja para la inteligencia aliada en Londres en 1944 padece un grave problema: siempre que cae una de las bombas autopropulsadas alemanas V-2, él tiene una erección. De niño, Slothrop fue sometido a experimentos pavlovianos por el profesor de Harvard Laszlo Jamf, un loco científico alemán que ahora trabaja para los nazis.

(...)»

El libro es delirante, desde luego, y está plagado de digresiones largas que se anidan en otras digresiones. Además Pynchon no te ayuda a trazar un mapa insinuándote que acabas de salir de una subtrama y regresas a la trama principal. No dice absolutamente nada al respecto. Puede por ejemplo terminar una subtrama describiendo una carretera y continuar la trama principal describiendo un bar, con lo que deduces que el bar está en la carretera, pero no, el bar es aquel bar frente al cual se paró Tyrone Slothrop quince páginas más atrás y ahora está entrando en él pero eso es algo que verás, si estás atento y tienes suerte, dos páginas más tarde. Y así todo el tiempo. Si no fueran más de mil páginas no sería tan grave, estoy seguro. Si no fuera porque yo raras veces logro recuperar el hilo perdido de la digresión, tampoco.

Y no es sólo que debido a la prosa enrevesada de Thomas Pynchon me haya sido imposible acabar El arcoiris de gravedad porque me perdía cada dos por tres en sus laberintos y sus trampas, no, es que además hoy iba pensando en esto mientras conducía hacia el trabajo y he tomado el cruce que no era para acabar yendo a donde no quería ir.