14/3/13

el síndrome McEnroe



lo bautizamos después de que Toni nos contara que una noche se fumó un porro y cuando estaba arriba, allá en lo alto, se plantó frente a la tele y la encendió. Daban un documental sobre John McEnroe, un tenista ciertamente digno de admiración tanto por sus cualidades tenísticas como por los cabreos monumentales que agarraba cuando creía que el árbitro le escatimaba algún punto.

El caso es que allí estaba Toni, con el cerebro bien abierto por la marihuana, blandito blandito, alucinado con las gestas divinas de John, deslumbrado por su estilo de juego, por la final de Wimbledon del 80, por sus duelos titánicos con Lendl y Bjorg y tantos otros, por su you cannot be serious («- Muy apurado, señor McEnroe. - ¿Bromea o qué? La bola entró. - Su afeitado, señor McEnroe, muy apurado.»), por su inexistente perfil griego, incluso.

McEnroe es digno de elogio, claro que lo es, pero digamos que si en estado normal el documental habría situado a Toni en un nivel de admiración por McEnroe cuantificable en unos seis puntos sobre diez, con la ayuda del THC el nivel subía contundentemente por encima del nueve, raspando el diez, amenazando con romper el admirómetro, algo impensable en alguien a quien el tenis prácticamente no interesa.

Ese es el Síndrome McEnroe. Te fumas un leño, ves una película, o escuchas un disco, o ves un documental, y ¡kaboom!, sientes que estás presenciando algo excelso, te sorprendes de no haberte dado cuenta antes de la enormidad de ese personaje o esa manifestación artística: «¿Cómo he podido estar tan ciego? ¿Cómo no se me ocurrió antes profundizar en el estudio del cultivo de la papaya?», quisieras gritar al mundo por estar tan ciego como tú ante semejante descubrimiento. Antes directamente no podías, como máximo llamabas a algún amigo a las tres de la mañana para contárselo y te colgaba el teléfono. Ahora lo más parecido que hay es ponerlo en twitter o en facebook. En ocasiones incluso encuentras a algún despistado que te da bola con el tema.

Al día siguiente, por suerte, todo se difumina. Es parecido a aquello que contaba Raúl, que es otro síndrome (aún por bautizar): te fumas un porro y estás hablando con un amigo, el nivel de profundidad de la conversación crece (crees) hasta hacerse escandalosamente complejo, de pronto una idea se forma en tu cabeza, es la idea que ordena el mundo, la vida, un concepto que arroja nueva luz sobre TODAS LAS COSAS. Justo en ese momento, mientras contemplas tu idea con una mezcla de gozo y admiración, tratando de comprenderla y extraerle el jugo, tu amigo señala algo que se mueve al fondo de la calle y dice:

- Mira, un perro.

Giras la cabeza para mirar al perro y al instante la idea se funde como una bombilla, ¡pluf!, y ya jamás logras recuperarla, ni siquiera reconstruirla a medias. PLUF. Tratas de volver a ella con el mismo éxito con el que uno intenta recordar los detalles de un sueño ya olvidado. PLUF. Nada. Vaguedades.