29/7/09

cinco más

Como hoy la tríada compuesta por Paula, Juanje y ese gran reivindicador y dignificador de la soltería llamado Raúl parten hacia Buenos Aires, ayer se imponía un mus de despedida, nocturno, previo a la sequía musística que nos asolará durante este agosto, más vacacional para unos que para otros.

Tapas en el muy recomendable Bauma, recoger a Juanje a su salida del curro a eso de las 00.00h y plantarnos en un restaurante italiano olvidable de no ser porque tiene mesas grandes, una zona discreta al fondo, y nos dejan jugar al mus. Paula se quedó asustada en casa por la posibilidad de que Juanje apareciera en estado semi-lamentable o lamentable del todo por culpa de esa maldita fama que me persigue y que todo el que me conoce bien sabe que es infundada.

Cuando íbamos dos a dos, esos italianos faltos de corazón que por desconocimiento no respetan el noble deporte del mus, nos echaron a la calle. Cerraban. La providencia quiso que ayer fuera el día de recogida de muebles viejos en Sants y la solución que permitió terminar la partida se presentó en forma de un banco, una mesita de noche, y algunos cajones que usamos como taburetes. En otro banco no lejos de nosotros unos inmigrantes nos ignoraban del todo.

Una pena haber parado a Juanje cuando, en la última vaca, iba a aceptar un órdago a juego sin ser mano. Una pena porque lo ganábamos, coño, aunque era una temeridad de esas que sólo sale una vez de cada cien. Titus, jugador conservador, acertó esa vez con el farolazo de ordaguear a juego llevando treinta y seis. Al final perdimos, evidentemente por la falta de calidad de las cartas y no por falta de calidad en nuestro inigualable juego.

Ahí dejo una foto para el recuerdo.

22/7/09

obsesión

Últimamente veo a Canetti por todas partes.



19/7/09

me pasa por preguntar

Frida, 3 años, yo, 34. Cumbre bilateral a la sombra de la palmera.

— Papá, nosotros somos de verdad, ¿verdad?
— Sí, claro que somos de verdad.
— No somos de broma, ¿no?
— No, no somos de broma.
— Es que hay algunos papás que son de broma.
— Ah, ¿si? ¿Como cuál?
— Como tú.

17/7/09

y usted, ¿quiere ser escritor?

Sí, claro que durante algún tiempo fantaseé con la idea de convertirme en escritor. Fue hace tanto que creo que ni siquiera conocía a la mayoría de los escritores a los que ahora admiro. La fantasía proviene de esa época en la que imaginas que ser escritor consiste en sentarte frente a una máquina de escribir o un teclado, entornar los ojos, dejar volar la mente, y empezar a aporrear las teclas una tras otra de forma que la secuencia de letras logre ser algo de lo que luego pueda uno quedar satisfecho tras una relectura. Corregir, ampliar un poco aquí y allá, sonreir, tomar una copa de cava y enviarlo todo a tu editor. No faltará algún genio que lo lograra así, pero es sencillo asumir que no juegas en esa liga, que en todo caso, sudando lo que no está escrito, quizá puedas lograr escribir alguna mediocridad medianamente masticable.

Hace un rato leía a Sebald, ese señor que te pone los pelos como escarpias cada línea y media. En el libro habla sobre el bombardeo aliado sobre las ciudades alemanas en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, y sobre como este hecho apenas ha quedado reflejado en la literatura alemana posterior. Sebald habla de un artículo que escribió un tal Hans Dieter Schäfer, al que no conozco. Dice Sebald: «El autor de esas líneas es Hans Dieter Schäfer, hoy profesor de germanística en Regensburg. Me tropecé por primera vez con su nombre cuando, en 1977, publicó un artículo sobre el mito de la hora cero o, mejor, sobre las continuidades personales y literarias que franquearon ese "nuevo comienzo", que durante tanto tiempo nadie ha puesto en duda. Ese artículo, a pesar de su formato relativamente breve, es uno de los trabajos más importantes de la literatura alemana de la posguerra e, inmediatamente después de publicado, hubiera debido obligar a la literatura a revisar su posición con respecto a los supuestos contenidos de verdad, sobre todo en las obras surgidas entre 1945 y 1960.»

Y piensas: tremendo. Un artículo relativamente breve que no sólo es uno de los trabajos más importantes de la literatura alemana de posguerra sino que además debiera haber forzado la revisión de un montón de obras publicadas entre 1945 y 1960. Sigue entonces Sebald: «Sin embargo, las sugerencias de Schäfer apenas fueron tenidas en cuenta por la germanística establecida, que tenía suficientes cosas que ocultar y durante mucho tiempo cabalgó un caballo pálido, y quien se atreve a rascar en la imagen de un escritor acreditado tiene que contar hasta hoy con recibir cartas indignadas. Así pues, Schäfer quería exhumar los horrores de su infancia, recorrió bibliotecas y archivos, llenó muchas carpetas de materiales, hizo un levantamiento topográfico basado en la guía de viajes Grieben de 1933 de los lugares de la acción y voló una vez y otra a Berlín.»

Ahí quería llegar. Al esfuerzo titánico que el común de los mortales que quiere dedicarse a la literatura debe realizar, a ese universo de privaciones. A ese esfuerzo que, por su condición de titánico, le está vedado también a gran parte de los que hubieran querido realizarlo. Y aún hay algo más. Sebald continúa su libro citando a Schäfer: «El avión —anotó en su relato sobre el fracaso del proyecto— planeó sobre la ciudad, era un atardecer de agosto...»

Así pues no sólo hay que adentrarse durante años en el universo de privaciones mientras se realiza el esfuerzo titánico, no, además hay que estar preparado para, en algún momento del camino, sentarse en una cuneta polvorienta a escribir un relato sobre el fracaso del proyecto. Ahí está Schäfer, terminando ese relato con una sonrisa apenas esbozada mientras el humo del cigarrillo de picadura que cuelga de sus labios se enrosca sorteando el ala de su sombrero.

11/7/09

un globo dos globos tres globos

Hoy le cantaba a mi hija de tres años esa que dice «Un globo, dos globos, tres globos. La luna es un globo que se me escapó. Un globo, dos globos, tres globos. La tierra es el globo donde vivo yo».

Y ella va y dice:

— La tierra es Bilbao, ¿no?

S.

moral

Tengo treinta y cuatro años y ya me siento desacreditado moralmente para casi todo. Eso sí, hoy he dado un golpe magistral de petanca.

4/7/09

costumbres

Observó con cierto asombro que siendo la segunda vez que visitaba Zürich, y no habiendo durado la primera visita más de cuatro horas, ya tenía muy marcadas sus pequeñas manías y rituales. Volvía ya convertido en un animal de costumbres.

S.

3/7/09

jornada intensiva

Si no fuera porque hoy también es viernesderesaca (dos de tres, no está mal) lo que procedería es arrancarse con una larga oda a la jornada intensiva.

Os libráis (y yo también, claro).