10/1/12

descargas eléctricas

Uh, ah, oh, cómo han cambiado los tiempos. Veinte años después he vuelto a Andorra. Tengo que decir en mi descargo que jamás he ido a Andorra por iniciativa propia. La vez anterior me llevaron mis padres, esta vez he ido por trabajo. No me molestaría en puntualizar esto si la ciudad no fuera tan terriblemente fea. Fea hasta el punto de llegar a avergonzarme que alguien piense que he podido ir ahí queriendo.

Tengo un amigo al que hace algún tiempo que no veo que se fue a vivir a Andorra unos años, trabajaba en el periódico local, y casi se nos echa a perder. No me extraña lo más mínimo. El ambiente es deprimente en grado sumo. Las montañas que rodean la ciudad podrían ser majestuosas, pero la ciudad es tan lamentable que lo único que consiguen es darle un aire apagado, tétrico.

Siempre lo fue, pero a día de hoy Andorra la Vella es, más que nunca, un centro comercial grandote. Le cabe hasta un río. Lo que más abunda son las tiendas de electrónica baratilla, cosa que recordaba y esperaba, pero me he topado también con una sorprendente proliferación de tiendas de armas, reales, de fogueo, de paintball y airsoft. Con reclamos del calibre de «Descarga eléctrica a partir de 22€» o «Porra extensible desde 9€» (pinchen, pinchen en la foto), encontramos, diseminadas entre los relojes Casio y Citizen y las maquinitas de cortar pelo, navajas marca Vendetta, esposas, sprays anti-cacos a tres euros la pieza, rifles, pistolas automáticas, de avancarga, revólveres, una tienda de menaje de cocina en la que, junto a las sartenes y las ollas, crece hasta el techo una montaña hecha con cartones de Marlboro y Lucky Strike. Lástima del feísmo imperante, si no el escenario podría dar para peli.

Me han salvado un par de detalles. He entrado en un restaurante y, sin esperármelo, he visto gente fumando tranquilamente en el interior del local. Aunque llevo unos días flirteando con el dejarlo y hoy me tocaba no fumar no recordaba lo agradable que es un bar con atmósfera viciada, evidentemente no por el olor, o no sólo por el olor.

También me ha salvado el precio del alcohol. He comprado Zacapa y Lagavulin. Y como no he podido resolver el problema que me había llevado a Andorra la semana que viene habrá más. Es un gran consuelo.

Y antes de irme he comprado un reloj, un Casio, para mi señora. Por los viejos tiempos.