17/7/09

y usted, ¿quiere ser escritor?

Sí, claro que durante algún tiempo fantaseé con la idea de convertirme en escritor. Fue hace tanto que creo que ni siquiera conocía a la mayoría de los escritores a los que ahora admiro. La fantasía proviene de esa época en la que imaginas que ser escritor consiste en sentarte frente a una máquina de escribir o un teclado, entornar los ojos, dejar volar la mente, y empezar a aporrear las teclas una tras otra de forma que la secuencia de letras logre ser algo de lo que luego pueda uno quedar satisfecho tras una relectura. Corregir, ampliar un poco aquí y allá, sonreir, tomar una copa de cava y enviarlo todo a tu editor. No faltará algún genio que lo lograra así, pero es sencillo asumir que no juegas en esa liga, que en todo caso, sudando lo que no está escrito, quizá puedas lograr escribir alguna mediocridad medianamente masticable.

Hace un rato leía a Sebald, ese señor que te pone los pelos como escarpias cada línea y media. En el libro habla sobre el bombardeo aliado sobre las ciudades alemanas en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, y sobre como este hecho apenas ha quedado reflejado en la literatura alemana posterior. Sebald habla de un artículo que escribió un tal Hans Dieter Schäfer, al que no conozco. Dice Sebald: «El autor de esas líneas es Hans Dieter Schäfer, hoy profesor de germanística en Regensburg. Me tropecé por primera vez con su nombre cuando, en 1977, publicó un artículo sobre el mito de la hora cero o, mejor, sobre las continuidades personales y literarias que franquearon ese "nuevo comienzo", que durante tanto tiempo nadie ha puesto en duda. Ese artículo, a pesar de su formato relativamente breve, es uno de los trabajos más importantes de la literatura alemana de la posguerra e, inmediatamente después de publicado, hubiera debido obligar a la literatura a revisar su posición con respecto a los supuestos contenidos de verdad, sobre todo en las obras surgidas entre 1945 y 1960.»

Y piensas: tremendo. Un artículo relativamente breve que no sólo es uno de los trabajos más importantes de la literatura alemana de posguerra sino que además debiera haber forzado la revisión de un montón de obras publicadas entre 1945 y 1960. Sigue entonces Sebald: «Sin embargo, las sugerencias de Schäfer apenas fueron tenidas en cuenta por la germanística establecida, que tenía suficientes cosas que ocultar y durante mucho tiempo cabalgó un caballo pálido, y quien se atreve a rascar en la imagen de un escritor acreditado tiene que contar hasta hoy con recibir cartas indignadas. Así pues, Schäfer quería exhumar los horrores de su infancia, recorrió bibliotecas y archivos, llenó muchas carpetas de materiales, hizo un levantamiento topográfico basado en la guía de viajes Grieben de 1933 de los lugares de la acción y voló una vez y otra a Berlín.»

Ahí quería llegar. Al esfuerzo titánico que el común de los mortales que quiere dedicarse a la literatura debe realizar, a ese universo de privaciones. A ese esfuerzo que, por su condición de titánico, le está vedado también a gran parte de los que hubieran querido realizarlo. Y aún hay algo más. Sebald continúa su libro citando a Schäfer: «El avión —anotó en su relato sobre el fracaso del proyecto— planeó sobre la ciudad, era un atardecer de agosto...»

Así pues no sólo hay que adentrarse durante años en el universo de privaciones mientras se realiza el esfuerzo titánico, no, además hay que estar preparado para, en algún momento del camino, sentarse en una cuneta polvorienta a escribir un relato sobre el fracaso del proyecto. Ahí está Schäfer, terminando ese relato con una sonrisa apenas esbozada mientras el humo del cigarrillo de picadura que cuelga de sus labios se enrosca sorteando el ala de su sombrero.

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