23/11/09

el capellán castrense

«El soldado escupió y desapareció con la carpeta. Esperaron un buen rato en el recibidor hasta que se abrió la puerta, por la cual entró el capellán castrense, que más parecía volar que caminar. Llevaba sólo un chaleco y tenía un puro en la mano.

— ¿Ya estás aquí? —dijo a Švejk—. Así pues, te han traído. ¿No tendrás cerillas?
— No señor.
— ¿Y por qué no? Un soldado debe tener cerillas para poder encenderse un cigarrillo. Un soldado sin cerillas es... ¿Qué es?
— Es un soldado sin cerillas —contestó Švejk.
— Muy bien, es un soldado sin cerillas y no puede dar lumbre a nadie. Bien, esto por una parte. Y ahora la otra. ¿Te huelen los pies Švejk?
— A sus órdenes, no.
— Bien, entonces, esto era la segunda cosa. Y ahora la tercera. ¿Te gustan los licores?
— No, señor, los licores no me gustan, sólo bebo ron.
— Entendido. Mira a este soldado. El teniente Feldhuber me lo ha dejado por hoy, es su asistente. No bebe nada de nada, es a-abs-abs-temio y por lo tanto le enviaremos directamente al frente. P... porque una persona así no me sirve. No es un abstemio, es una vaca. Una bestia que bebe sólo agua y muge como un buey.»

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